La televisión europea actual apuesta poco o nada por el documental y el gran reportaje. Su presencia en el prime-time es irrisoria (apenas un 4% del total de la programación) y se sitúa fundamentalmente en las cadenas públicas, a menudo en los segundos canales. La mayoría de los mercados, además, practican una política de compra más que de producción en el área documental, hecho que sugiere la atribución de los recursos a otros géneros de mayor rentabilidad comercial. La falta de provecho de los espacios documentales como causa de su escasa presencia en pantalla se intuye de su ausencia en las televisiones comerciales así como de su exigüidad en los canales públicos de titularidad mixta.

Las televisiones, incluso las públicas, evitan el riesgo a toda costa; apuestan por la ficción como caballo ganador y marginan todo lo susceptible de producir índices de audiencia bajos (aunque pueda producir también un placer estético, un conocimiento de valor o una determinada visión sobre el mundo y sus problemas). La lógica de mercado se ha impuesto sobre la de servicio, en un panorama marcado por la competencia agresiva entre todos los agentes. “Television schedules are heavily formatted, which involves predetermined standards for form and content elements that aim to meet audience expectations and increase audience loyalty through familiarity and predictability”. (Zoellner, 2010: 521)
La desaparición del documental de las pantallas de la televisión pública es un síntoma importante de esta tendencia, tanto por el tradicional arraigo entre género y medio como por la aparente idoneidad del primero como contenido de la televisión pública; una televisión pública que se aleja cada vez más de la noción de servicio. “Hasta hace poco más de una década, esta noción significaba dar un servicio televisivo de calidad, que pudiera contribuir a mejorar el nivel cultural de la población. Hoy parece que servicio público significa satisfacer a la mayor cantidad de público. Con una lógica simplista se nos quiere convencer de que un servicio público televisivo cumple mejor su función cuanto más público lo ve.” (Aznar, 2002:1).
Es así como la popularidad se ha convertido en el criterio básico (y único en el las televisiones privadas) para el diseño de las parrillas programáticas. Un estudio realizado en 2001 de los 20 programas más populares del año para las audiencias de todos los países de la Unión Europea establecía que el 32% pertenecían al género deportes; el 25% a series de ficción, el 7,5% al macrogénero información y el 5,1% restante eran programas musicales (La Porte Alfaro, 2001). Son datos que nos hablan de las preferencias del público y que dan una idea del porqué de las tendencias apuntadas en la investigación. La inclinación programática por el entretenimiento parece partir de una predilección del público por los programas que se engloban bajo este paraguas, pero quizás esta concepción parta de una realidad monopolizada ya por el entretenimiento y en la que las opciones de escoger géneros alternativos sean cada vez más escasas.
Hugo Aznar reflexiona sobre estas cuestiones en su artículo “Televisión, telebasura y audiencia: condiciones para la elección libre” donde plantea la necesidad de revisar los criterios de selección de los programas, especialmente en la televisión pública. Su objetivo es desbancar el criterio de “popularidad” como único patrón así como cuestionar los métodos de medida de esta popularidad. Para Aznar “un requisito habitual para que una elección pueda considerarse verdaderamente libre es que haya varias alternativas. Y no cualesquiera alternativas: entre ellas debe existir un cierto grado de variedad (para que sean realmente diferentes) y de comparabilidad (para poderlas contrastar entre sí).” (Aznar, 2002:3). Esto implica, sin duda, la asunción de cierto grado de riesgo a la hora de programar, prevaliendo criterios de educación y transmisión cultural por encima de los índices de audiencia y apostando por formatos, temáticas y géneros diversos.
Según este punto de vista resulta complicado afirmar que el documental o el gran reportaje son géneros impopulares ya que parten de una marginalidad que afecta no sólo al número acumulado de programas aparecidos sino también al horario en el que se programan y al tipo de canales. Lo mismo sucede con tantos otros géneros que, como éste, no suelen ser una opción clara para la audiencia y, en consecuencia, obtienen índices de popularidad muy pobres. Pero incluso aceptando que sean géneros impopulares ¿podemos permitir que sea éste un criterio dogmático para la selección de contenidos de las televisiones públicas? Es difícil que la ética y la calidad se hagan un lugar en los contenidos, cuando se acepta como dogma dar al público lo que pide, a la vez que se le ofrece un abanico limitado y repetitivo de programas.
Gina Plana Espinet
El documental en la televisión europea, 2011