lunes, 13 de junio de 2011

El documental a la televisiĆ³ Europea.

La televisiĆ³n europea actual apuesta poco o nada por el documental y el gran reportaje. Su presencia en el prime-time es irrisoria (apenas un 4% del total de la programaciĆ³n) y se sitĆŗa fundamentalmente en las cadenas pĆŗblicas, a menudo en los segundos canales. La mayorĆ­a de los mercados, ademĆ”s, practican una polĆ­tica de compra mĆ”s que de producciĆ³n en el Ć”rea documental, hecho que sugiere la atribuciĆ³n de los recursos a otros gĆ©neros de mayor rentabilidad comercial. La falta de provecho de los espacios documentales como causa de su escasa presencia en pantalla se intuye de su ausencia en las televisiones comerciales asĆ­ como de su exigĆ¼idad en los canales pĆŗblicos de titularidad mixta.



Las televisiones, incluso las pĆŗblicas, evitan el riesgo a toda costa; apuestan por la ficciĆ³n como caballo ganador y marginan todo lo susceptible de producir Ć­ndices de audiencia bajos (aunque pueda producir tambiĆ©n un placer estĆ©tico, un conocimiento de valor o una determinada visiĆ³n sobre el mundo y sus problemas). La lĆ³gica de mercado se ha impuesto sobre la de servicio, en un panorama marcado por la competencia agresiva entre todos los agentes. “Television schedules are heavily formatted, which involves predetermined standards for form and content elements that aim to meet audience expectations and increase audience loyalty through familiarity and predictability”. (Zoellner, 2010: 521)

La desapariciĆ³n del documental de las pantallas de la televisiĆ³n pĆŗblica es un sĆ­ntoma importante de esta tendencia, tanto por el tradicional arraigo entre gĆ©nero y medio como por la aparente idoneidad del primero como contenido de la televisiĆ³n pĆŗblica; una televisiĆ³n pĆŗblica que se aleja cada vez mĆ”s de la nociĆ³n de servicio. “Hasta hace poco mĆ”s de una dĆ©cada, esta nociĆ³n significaba dar un servicio televisivo de calidad, que pudiera contribuir a mejorar el nivel cultural de la poblaciĆ³n. Hoy parece que servicio pĆŗblico significa satisfacer a la mayor cantidad de pĆŗblico. Con una lĆ³gica simplista se nos quiere convencer de que un servicio pĆŗblico televisivo cumple mejor su funciĆ³n cuanto mĆ”s pĆŗblico lo ve.” (Aznar, 2002:1).

Es asĆ­ como la popularidad se ha convertido en el criterio bĆ”sico (y Ćŗnico en el las televisiones privadas) para el diseƱo de las parrillas programĆ”ticas. Un estudio realizado en 2001 de los 20 programas mĆ”s populares del aƱo para las audiencias de todos los paĆ­ses de la UniĆ³n Europea establecĆ­a que el 32% pertenecĆ­an al gĆ©nero deportes; el 25% a series de ficciĆ³n, el 7,5% al macrogĆ©nero informaciĆ³n y el 5,1% restante eran programas musicales (La Porte Alfaro, 2001). Son datos que nos hablan de las preferencias del pĆŗblico y que dan una idea del porquĆ© de las tendencias apuntadas en la investigaciĆ³n. La inclinaciĆ³n programĆ”tica por el entretenimiento parece partir de una predilecciĆ³n del pĆŗblico por los programas que se engloban bajo este paraguas, pero quizĆ”s esta concepciĆ³n parta de una realidad monopolizada ya por el entretenimiento y en la que las opciones de escoger gĆ©neros alternativos sean cada vez mĆ”s escasas.

Hugo Aznar reflexiona sobre estas cuestiones en su artĆ­culo “TelevisiĆ³n, telebasura y audiencia: condiciones para la elecciĆ³n libre” donde plantea la necesidad de revisar los criterios de selecciĆ³n de los programas, especialmente en la televisiĆ³n pĆŗblica. Su objetivo es desbancar el criterio de “popularidad” como Ćŗnico patrĆ³n asĆ­ como cuestionar los mĆ©todos de medida de esta popularidad. Para Aznar “un requisito habitual para que una elecciĆ³n pueda considerarse verdaderamente libre es que haya varias alternativas. Y no cualesquiera alternativas: entre ellas debe existir un cierto grado de variedad (para que sean realmente diferentes) y de comparabilidad (para poderlas contrastar entre sĆ­).” (Aznar, 2002:3). Esto implica, sin duda, la asunciĆ³n de cierto grado de riesgo a la hora de programar, prevaliendo criterios de educaciĆ³n y transmisiĆ³n cultural por encima de los Ć­ndices de audiencia y apostando por formatos, temĆ”ticas y gĆ©neros diversos.

SegĆŗn este punto de vista resulta complicado afirmar que el documental o el gran reportaje son gĆ©neros impopulares ya que parten de una marginalidad que afecta no sĆ³lo al nĆŗmero acumulado de programas aparecidos sino tambiĆ©n al horario en el que se programan y al tipo de canales. Lo mismo sucede con tantos otros gĆ©neros que, como Ć©ste, no suelen ser una opciĆ³n clara para la audiencia y, en consecuencia, obtienen Ć­ndices de popularidad muy pobres. Pero incluso aceptando que sean gĆ©neros impopulares ¿podemos permitir que sea Ć©ste un criterio dogmĆ”tico para la selecciĆ³n de contenidos de las televisiones pĆŗblicas? Es difĆ­cil que la Ć©tica y la calidad se hagan un lugar en los contenidos, cuando se acepta como dogma dar al pĆŗblico lo que pide, a la vez que se le ofrece un abanico limitado y repetitivo de programas.

Gina Plana Espinet
El documental en la televisiĆ³n europea, 2011

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